viernes, 25 de diciembre de 2009

Navidad

Hacía tiempo que estaba invitado, pero, como siempre, había esperado hasta el último minuto para comprar los regalos, porque no había estado seguro de aceptar la invitación.

Finalmente se decidió y, de camino a la casa, entró en una tienda y escogió varias cosas para el bebé y también algún obsequio para la madre. Sin darse cuenta se iba llenando de una ilusión poco habitual en él y que le resultaba particularmente placentera.

Cuando llamó a la puerta tenía dibujada en su cara una amplia sonrisa de la que ni él mismo era del todo consciente. No conocía a la persona que le franqueó la entrada, pero ya suponía que la familia estaría muy atareada atendiendo al recién nacido, a la madre y a los demás invitados; por eso no le extrañó y la siguió al interior de la casa intercambiando los comentarios habituales.

Cuando quiso darse cuenta se encontró en una habitación donde varios invitados le instaban a ocupar uno de los asientos libres.

Se sentó rápidamente, tratando de molestar lo menos posible.

- Ya está a punto de llegar - le dijo la persona que estaba a su lado.

- ¿El niño? - preguntó un poco extrañado.

- ¿Qué niño? - le preguntó el otro a su vez.

- Yo he venido a ver a María y José, que acaban de tener un hijo.

Su interlocutor le observó detenidamente con la misma cara que habría puesto de estar viendo a un elefante dando un concierto de piano y, finalmente, se desentendió de él sin molestarse en responder.

De pronto todas las cabezas se giraron hacia la puerta por la que él acababa de entrar y, puestos en pie, comenzaron a aplaudir entusiasmados.

Un hombre de avanzada edad, vestido con un estrambótico traje rojo y con un alarmante sobrepeso estaba entrando en la estancia.

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