De repente parece haberse puesto todo el mundo muy nervioso ante la ¿inminente? sentencia del Tribunal Constitucional sobre el estatuto de Cataluña. Bueno, todos no, porque el PP se ha puesto estupendo y dice que hay que dejar trabajar al tribunal y respetar la setencia que dicte en su día.
Ante esta posición del PP y el aparente ataque de nervios del resto de partidos, sobre todo de los catalanes, yo me inclino a pensar que la sentencia será algo parecido al agua con sifón y dejará al nuevo estatuto catalán prácticamente intacto. Pero los del PP son así y, además, en este asunto dicen lo que deben decir y lo que deberían decir todos los demás.
Zapatero también está tranquilo, pero dice esas cosas que sólo se le ocurren a él y que causan pavor viendo la pobreza intelectual de nuestro presidente del gobierno. Me refiero a cuando dice que está seguro de que la sentencia será razonable.
Vamos a ver, señor presidente y, según dice su biografía, licenciado en derecho, la sentencia de un tribunal debe ser ajustada a derecho, no razonable, ni prudente, ni consecuente, ni nada que se nos pueda ocurrir. La sentencia del Tribunal Constitucional debe ser técnica y debe decirnos si, en este caso, el estatuto de Cataluña es acorde o no con la Constitución española. Para eso está el Tribunal Constitucional. Lo demás son zarandajas.
Es cierto que la credibilidad de este tribunal es escasa y ha quedado malparada por las maniobras de nuestros políticos y por las presiones a que lo han sometido en diversas ocasiones, como la actual, y por la forma en que han acometido las renovaciones de sus miembros.
Pero hoy se ha producido un hecho singular, la publicación de un mismo editorial por un buen número de diarios que se editan en Cataluña, en el cual se habla de la dignidad del pueblo catalán en relación con su identidad y la posibilidad de que el Tribunal Constitucional cercene o limite el alcance del estatuto.
Es lamentable que tantos periódicos se pongan de acuerdo para escribir semejante soflama.
Es democráticamente reprobable y sociológicamente insostenible que se hable del pueblo catalán como un conjunto homogéneo con los mismos sentimientos y el mismo posicionamiento político.
Pero lo que es realmente intolerable es que ese editorial pretenda que el Tribunal Constitucional dicte su sentencia en función de esos supuestos y no del aspecto técnico del asunto.
La prensa española hace tiempo que ha perdido el rumbo, pero la catalana, en este caso, se ha mostrado por completo ajena a lo que debe ser su función.
Si de verdad opinan como dicen en su editorial, no deberían dirigir sus reproches y presiones, ni contra el Tribunal Constitucional, ni contra aquellos, catalanes (que también hay catalanes en contra de esa redacción del estatuto) o no, que creen que es en alguna medida inconstitucional. Su reproche y exigencia debería dirigirse a los políticos catalanes, que son los que desde sus instituciones y desde su representación en las del estado deberían trabajar para que las leyes y, en este caso, la Constitución se modificaran de acuerdo con las querencias de sus votantes.
Lo que no es de recibo es tomar aquello que nos gusta o favorece de nuestro ordenamiento jurídico o de las instituciones del estado y pretender que nuestra singularidad nos mantenga al margen del mismo cuando no es así.
Creo que todos los editores de los periódicos que han publicado ese editorial y no pocos políticos catalanes necesitan un curso urgente de democracia aplicada, en el que aprender que ésta va bastante más allá de llamarse demócrata y pretender luego que las leyes se cumplan o no en función de una supuesta dignidad popular y de la presión de los medios de comunicación.
Y para terminar, una pequeña precisión a mi siempre admirado Pedro de Silva, quien hoy, en su billete diario en La Nueva España, pedía al Tribunal Constitucional que no "tocase el pito" y que evitara pronunciarse sobre el hecho de que Cataluña se considere o no nación, porque, según él, esto es un sentimiento que no puede imponerse.
Pues no, amigo Pedro, aquí cada uno puede sentirse lo que quiera, pero la ley es la ley y dice lo que dice y si no nos gusta deberemos cambiarla por los cauces previstos.
El lenguaje es pura convención, en base al cual nos entendemos. Si a un niño lo enseñamos a llamar sillas a las mesas, no podremos extrañarnos luego de que, cuando le mandemos sentarse, ponga sus posaderas en éstas y no en aquellas.