viernes, 16 de abril de 2010

Harto de las dos españas

No me cuesta nada imaginarlos hace setenta años, quizás menos repulidos que ahora, con mucha más mugre, unos, y con mucha más caspa, otros, pero tan parecidos a los actuales. Antes gesticularían más, era el estilo de principios del siglo pasado y que se prolongó hasta bien pasada su mitad, en cambio ahora dicen las mismas barbaridades con el ademán tranquilo, sin aspavientos, tan sólo, si acaso, con el rostro ligeramente crispado.

No lanzan veladas amenazas contra la vida de sus adversarios, al menos, no todavía, pero no les importa atacar a las instituciones aunque les produzcan un grave daño, no dudan en insultar gravemente a aquellos que consideran que son un obstáculo en su camino, que no opinan como ellos, que no actúan como ellos quieren.

No me cuesta nada imaginarlos arengando a sus seguidores desde el balcón en el que tenían su despacho o la sede de su partido, sin calcular, o quizás calculando demasiado bien, las consecuencias. Serían menos educados, algunos, más groseros, otros. Se vestirían de un modo más semejante entre ellos porque entonces no había tanta variedad de atuendos, pero sus mentes, sus formas de pensar, sus intereses, serían tan disímiles como ahora; tanto como parecidos eran sus objetivos, tanto como lo siguen siendo ahora. También ellos buscaban la desaparición del adversario, también para ellos eran enemigos. Como para los de ahora, el mayor enemigo era el compatriota de la otra ideología, de la otra españa.

Los oigo, los veo, los leo ahora y puedo trasladarme sin esfuerzo setenta u ochenta años atrás, puedo ver el mismo odio, la misma abyección, la misma bilis corroyendo las almas de los que dicen querer justicia, de los que hablan de derechos humanos, de los que dicen que están al servicio de los demás, de los que defiende sus intereses a costa de lo que sea, a costa de quien sea.

Hoy como ayer juegan inconscientemente (o no) con los sentimientos menos nobles de quienes saben que les siguen, alientan los peores instintos, alimentan el rencor, hacen todo lo posible y lo imposible porque la reconciliación, el diálogo y el entendimiento entre adversarios sea imposible.

Hoy como ayer, siguen siendo egoístas, inconscientes (o no), insensatos, rencorosos, viles y crueles.

Hace treinta años muchos hombres buenos se pusieron de acuerdo, unos de manera expresa y otros tácitamente; algunos convencidos de que era lo que había que hacer, otros pensando que era lo mejor que se podía hacer y sin duda muchos resignados porque no creían que otra solución fuera posible. Y tuvieron a un país detrás, apoyándolos.

Hace treinta años triunfaron los partidarios de la reforma en lugar de los que querían la ruptura y aquellos hombres de derechas, de izquierdas, de extrema derecha algunos y de extrema izquierda otros fueron capaces de ponerse de acuerdo para limpiar la ciénaga de nuestro pasado, sanearla y construir sobre ella el futuro de una España en paz sin vencedores ni vencidos.

Durante unas décadas nos sentimos orgullosos, por primera vez en muchos años, de ser españoles, porque habíamos logrado la admiración del mundo haciendo una transición modélica de la dictadura a la democracia.
Pero bajamos la guardia. Fuimos dejando que poco a poco los que se habían mantenido agazapados alimentado su rencor y sus deseos de venganza fueran dando pequeños pero continuados pasos y ahora empiezan a salir de nuevo a la superficie, ya no son necesarias las caretas, hay que volver a mostrar el peor rostro, el de la ira, el del rencor, el de la venganza.

Quitamos lápidas con nombres de un bando y ponemos al lado otra placa con otros nombres de otros muertos. Mis muertos eran los buenos y los tuyos eran los malos. Eso estamos enseñando. Otra vez los muertos de primera y de segunda. Otra vez las dos españas. Otra vez la prepotencia de unos ganadores contra la impotencia de unos perdedores.

Mi muerto era de los buenos y el tuyo de los malos. Al mío lo sacaron de casa de madrugada unos desalmados que lo mataron contra la tapia de un cementerio por ser cura, o comunista, por ir a misa, o por no ir a misa, por ser de derechas, o por ser de izquierdas, o porque me caía mal, o porque su familia y la mía siempre estuvieron a la greña, o porque me debía dinero, o porque le debía dinero.

Odio, rencor, vileza, lo que nos hace peores desbordó hace más de setenta años y España protagonizó el peor capítulo de su historia. Y ahora todavía hay personas que, de una manera u otra, no quieren dejar descansar a los muertos.

Hay personas que quieren socavar los cimientos que se pusieron hace treinta años y se empeñan en remover la tierra hasta que vuelva a salir lo peor de lo que llevan dentro.

Las soluciones no están en el pasado. Nuestra solución, todas las soluciones, está en el futuro.
Nadie fue inocente de aquella tragedia que asoló España, todos fueron culpables y los muertos duelen a todos por igual.

Si queremos tener futuro como colectivo que comparte un territorio y una organización social será mirando al frente, no mirando atrás y reescribiendo incesantemente la historia.

Creo que somos más los que queremos por fin pasar página de una vez y seguir caminado y construyendo algo digno para nuestros hijos; los que estamos cansados, hartos, de que nos restrieguen por la cara una guerra de la que no nos sentimos protagonistas, ni herederos de ninguno de los dos bandos; los que sentimos horror ante unos y ante otros; a los que nos hiela el corazón cualquiera de las dos españas.

No nos dejemos embaucar y traicionar por los que estoy seguro que son una minoría, no dejemos que nos destruyan el presente y que nos arruinen nuestro futuro y el de nuestros hijos como ya hicieron otros como ellos hace casi cien años.

domingo, 11 de abril de 2010

Garzón, los progres y el estado de derecho

La coherencia y la lógica continúan imperando en el análisis de nuestros insignes políticos y periodistas.

En el caso Gürtel siguen pidiendo a Rajoy que tome medidas con los imputados y sus próximos, en cambio con su imputado favorito han avanzado y ya no sólo dirigen sus invectivas contra los querellantes, sino que ahora ya están analizando los perfiles de los jueces que formarán el plenario del Tribunal Supremo que juzgará al juez de curriculum ejemplar. Y andan desolados porque la mayoría son conservadores. Supongo que estarían muy animados si fueran progresistas, porque ya se sabe que los progresistas siempre actúan rectamente y, claro, la actuación recta sería la de sobreseer o, en su defecto, absolver por la vía rápida al juez ejemplar.

Nuestro estado de derecho es así, al menos para algunos, y hay que tener plena confianza en él si nos juzgan los jueces progresistas y bastante menos confianza si nos juzgan los jueces conservadores.

No recuerdo qué decía toda esta gente cuando juzgaron por prevaricación a Gómez de Liaño. ¿Serían progresistas o conservadores los que lo condenaron? Tampoco recuerdo sus profundos análisis ni perfiles biográficos de los jueces del tribunal de Estrasburgo que dijeron que Gómez de Liaño había sido juzgado sin las debidas garantías. ¿Serían conservadores o progresistas? Seguramente no les importaba porque a Gómez de Liaño ya lo habían condenado de antemano, seguramente porque era conservador y, por tanto, no merecía un juicio con todas las garantías, ni un mal manifiesto, ni una mínima manifestación. Bueno, a lo peor es que no importaba su ideología y sí importaba y mucho que se había atrevido a actuar en contra del magnate de los medios progresistas españoles, que en paz descanse.

También algunos empiezan a pedir la ilegalización de Falange, lo cual, a mí, no me deja ni frío ni caliente, pero me extraña que se les haya ocurrido ahora por la simple razón de que se han querellado contra Garzón y su querella haya prosperado. También me llama la atención que sean los mismos que suelen decir que los partidos que apoyan a ETA, y que algunas sentencias (no sé si de jueces progresistas o conservadores) dicen que son ETA, tendrán perfecta cabida en nuestro sistema en cuanto renuncien a la violencia. ¿Será porque también los consideran progresistas?

Se muestran indignados con las acusaciones de Álvarez-Cascos contra algunos policías de los que dice que amañan pruebas, pero con igual alegría y espíritu libre que el ex ministro denuncian la, a su juicio, injusta imputación de Garzón.

La situación es tan paradójica que al no plantearse, ni siquiera a efectos retóricos, la correcta instrucción que ha imputado a Garzón están acusando de prevaricación al juez instructor. Claro que, como seguramente será conservador, podrá ser prevaricador y cualquier otra cosa, porque los conservadores, ya se sabe, son malos.
Esperemos que a la trama Gürtel la juzguen jueces progresistas, porque como sean conservadores no sé de qué disparates serán capaces.

Me gustaría que estos sesudos analistas y políticos que defienden con tanto ardor al juez Garzón, como víctima de unos tribunales con resabios franquistas (oído hoy en la radio progresista, imparcial y supermegademocrática de España) les expliquen a los acusados de terrorismo, narcotráfico, violencia de género, delitos contra el tráfico y otras perlas, que pueden estar tranquilos porque España es un estado de derecho.

Espero no verme nunca inmerso en un proceso judicial, pero les aseguro que, a la vista de todo esto, si un día me imputan por algún delito, lo afrontaré con toda tranquilidad y confianza en nuestro sistema. Es más, ni siquiera gastaré dinero en un abogado, ¿para qué?

viernes, 9 de abril de 2010

Garzón, Gürtel y una farsa local

La corrupción política en España es más llamativa no por los numerosísimos casos que se dan por toda la geografía y en todos los partidos (en todos no, oiga; es cierto, en todos los que tienen algo de poder, el resto a esperar que las urnas les sean propicias), sino por la casi ausencia de casos en otras instituciones. Y no quiero señalar.

Los que somos aficionados a las series y películas del imperio, estamos acostumbrados a ver casos de corrupción en políticos, sí, y en jueces, fiscales, policías, militares. Nadie se libra, y es lógico, porque así es la condición humana. Por eso en España, casi más alarmante que la corrupción política que se destapa lo es que no se descubra apenas ningún caso en esos otros ámbitos.

En los casos judiciales que están actualmente en la lista de éxitos tenemos a media España defendiendo a uno de los imputados (Garzón) y considerando culpables sin ninguna presunción de inocencia a los imputados en el otro caso (Gürtel). La otra media hace lo mismo, pero al revés.

El daño que se está causando al sistema judicial es inmenso, pero eso no parece importarle a nadie, aquí lo único que importa es que se salgan con la suya los nuestros, el resto no importa.

Los medios de comunicación no son ajenos a esto, sino actores muy principales, y en primera plana reprochan la imputación de un juez por motivos tan peregrinos como la ideología de los denunciantes o lo "justo" de la causa que perseguía  y en la misma plana el mismo día o el siguiente se felicitan por el funcionamiento del estado de derecho que sienta en el banquillo a los corruptos del adversario.
Cuando el traficante de drogas, el terrorista, el proxeneta o el ladronzuelo sean juzgados, ¿veremos impasibles y confiados como actúa el llamado imperio de la ley?

Si algún día tenemos la desgracia de tener que enfrentarnos a un proceso judicial por un asunto de tráfico o por un error policial, ¿esperaremos confiados que "triunfe el estado de derecho" y nos hagan justicia? ¿Qué justicia, la de los que piden, reclaman, hacen manifestaciones y comunicados de apoyo a un juez que, se supone, está sometido como todos a nuestro sistema judicial? ¿O la de aquellos que denunciaban una conspiración cuando investigaban por corrupción  a sus compañeros de partido?

Ver lo que está ocurriendo con estos casos y pedirnos a los ciudadanos que confiemos en el estado de derecho es una auténtica tomadura de pelo y, que nadie lo dude, tendrá consecuencias, y no será la menor el debilitamiento de un poder judicial ya bastante cuestionado por sus retrasos en resolver los asuntos, lo que en muchas ocasiones obedece a una lamentable carencia de medios, carencia que depende del poder político y que quizás no obedezca sólo a la indolencia.

Y para terminar, una pequeña referencia a las elecciones a la presidencia de la Cámara de Comercio de Gijón. Finalmente hubo acuerdo y ambos candidatos pactaron. ¿Qué? Pues estar dos años cada uno como presidentes de la entidad. El aspirante perdió casi todos los apoyos, pues éstos no votaron la candidatura conjunta, pero a él no pareció importarle y ahora se dedica en los medios a desdecirse de todo los dicho cuando era aspirante.

El revalidado presidente dijo que los empresarios habían dado, con el pacto, una lección a los políticos. Pues no. Los políticos son maestros en esas lides en las que el acuerdo no es precisamente ejemplar.

Sí, España es diferente, pero no por los topicos de siempre, sino porque es un país en el que triunfa la farsa y el esperpento en el que todos, por acción u omisión, colaboramos.