domingo, 3 de abril de 2011

¿Estamos a salvo de un estallido social?

Cuando es más necesario que nunca un partido socialdemócrata, los partidos de esta ideología dejan arrumbados su principios para cumplir con la ortodoxia, neoliberal, por supuesto.
En España tenemos el ejemplo perfecto: un partido socialista, con su presidente a la cabeza, que nos dice que tiene que hacer las políticas contrarias a las que venía defendiendo por el bien del país.
¿Cómo entender semejante contradicción? ¿Cómo se puede decir que es bueno hacer políticas sociales, pero que lo que ahora se necesita es hacer políticas antisociales?
Llevamos a los jubilados de vacaciones al tiempo que les congelamos la pensión. ¿Eso es lo que puede ofrecer un partido socialista o socialdemócrata?
¿Bajar el sueldo a los funcionarios mientras se dan fondos milmillonarios para sanear bancos y cajas?
¿Hacer reformas laborales que dan un paso más en la precarización del trabajo mientras se dan ayudas a las empresas?
¿Prolongar la edad de jubilación mientras se permiten los bonos escandalosos de los directivos de bancos y cajas que necesitan ayudas públicas para salir adelante?
¿Endurecer las condiciones de acceso a las pensiones mientras se bajan los impuestos a las empresas?
La sociedad occidental se está convirtiendo en una peligrosa olla a presión. De momento han inventado las revoluciones espontaneas (¡ja!) en el norte de África como válvula por la que se reduce la presión. Nos muestran en directo lo mal que están esos países viviendo dictaduras terribles (que, por cierto, llevan ahí más de treinta años sin que a nadie le haya importado un bledo) para que veamos lo afortunados que somos de vivir en unas democracias en las que podríamos ser libres si tuviéramos el dinero para serlo, pero que nos someten a la dictadura de la economía de aquellos que sí son libres (cada vez más) para hacer lo que les viene en gana gracias a nuestro esfuerzo y a costa de nuestros derechos.
El capitalismo occidental, una vez perdido el miedo al comunismo, ya no necesita tener tranquila y satisfecha a la gran masa social que podía ver en ese régimen una salida a su miseria y se ven con las manos libres para expoliar a las empresas autoasignándose unos bonus que nada tienen que ver con los beneficios, la estabilidad o la viabilidad futura para los que se suponen que han sido contratados y para lo que les pagan el sueldo.
Pero se olvidan de que el aguante de la sociedad siempre tiene un límite y que, tarde o temprano, ese límite termina por alcanzarse.
Las revueltas sociales que se han sacado de la manga en el norte de África y que en un primer momento pueden servir de amortiguador para el malestar social de los países del llamado primer mundo pueden terminar por convertirse en un ejemplo para ellos.