domingo, 22 de mayo de 2016

Las mentiras del 15M

El 15M canalizó el descontento de un buen número de españoles que veían cómo la crisis amenazaba con destruir el mundo en el que vivían y en el que creían sentirse seguros.
La crisis comenzó a dejar en la cuneta a personas que perdían su empleo, primero, terminaban su subsidio por desempleo después y, en ocasiones, se quedaban sin su casa al ser desahuciados por no poder pagar la hipoteca.
Nada de eso era nuevo. En nuestra sociedad había pobres, siempre los hubo, y había desahucios, había personas que, por diferentes razones, se iban quedando al margen de la sociedad. Lo que era nuevo era el número de personas a las que eso afectaba.
Muchas personas, jóvenes en su mayor parte, salieron a protestar contra una clase política ensimismada que no sabía atajar los problemas que acuciaban a buena parte de los españoles y ni tan siquiera parecía empatizar con ellos.
El movimiento se fue disolviendo porque carecía de organización y porque corrió el peligro de ser controlado por grupos violentos, lo que hizo que muchos se apartaran del mismo.
Pero hubo unos pocos más organizados, con más experiencia política, que ya habían participado en partidos minoritarios, o no tanto, que decidieron capitalizar el movimiento del 15M y se erigieron en sus representantes.
Estos personajes no se limitaron a buscar el apoyo de los electores mostrando mayor sensibilidad con sus problemas y planteando soluciones a los mismos. No. En correspondencia con su ideología (ahora convenientemente oculta bajo un movimiento transversal de ciudadanos descontentos) comenzaron su campaña de descrédito de nuestro sistema: la transición había sido una estafa porque seguían mandando los mismos que lo habían hecho durante la dictadura, la constitución ya no sirve porque la mayoría de los españoles adultos actuales no habían tenido ocasión de votarla, ni siquiera el hecho de que se hubiera aprobado en referendum en su momento tenía valor, porque, siempre según sus teoría, la mayoría había votado coaccionada porque votar en contra habría significado continuar con el régimen franquista.
Partiendo de ese supuesto, los años que siguieron a la transición fueron años en los que no se consiguió otra cosa que enriquecer a unas élites oligárquicas mientras el pueblo llano (los desfavorecidos, en neolenguaje) se veía relegado a la pobreza.
No hay ninguna duda de que los que eso propalan no son otros que los que siempre quisieron terminar con un estado democrático de corte moderno y que prefieren instaurar en su lugar otros regímenes que donde tuvieron la ocasión de ponerse en práctica se convirtieron en dictaduras sanguinarias que terminaron por sumir a sus gentes en la miseria más absoluta.
A pesar de ello, tienen derecho a defender su idea (aunque sería deseable que lo hicieran abiertamente), pero a lo que no tienen derecho es a mentir y a vender a sus seguidores mercancía averiada aprovechando su vulnerabilidad, por la falta de expectativas derivadas de la crisis, o su ignorancia.
La transición que tanto denostan nos trajo un régimen democrático homologable con el de los países más desarrollados del mundo. Un régimen que, con todas sus carencias, les ha permitido a los más críticos manifestarse en las plazas durante el 15M, organizarse como partido político y acomodarse en las instituciones gracias a los votos de los ciudadanos. Democráticamente no parece que sea un régimen con muchas carencias.
En lo que respecta al desarrollo social y económico lo conseguido desde la muerte del dictador hasta ahora es indiscutible: se instaura el sistema sanitario universal y gratuito, la educación obligatoria y gratuita hasta los 16 años, el sistema público de pensiones y un sistema de ayudas sociales amplio y diverso: pensiones no contributivas, salarios sociales, etc.
Pretender ahora que la transición fue un fraude y que en estos años lo único que hizo el bipartidismo fue gobernar para los poderosos es, hay que decirlo claramente, una gran mentira.
La propia referencia al bipartidismo es una falacia más. En España no había sólo dos partidos, también estaba IU, diversos partidos de ámbito regional y otros varios que no lograban los votos necesarios para tener representación en las instituciones. Es decir, la hegemonía de PP y PSOE alternativamente era el resultado de las preferencias de los electores y no algo que viniera impuesto por otras circunstancias y lo que está ocurriendo desde hace un par de años, con la llegada a las instituciones de los llamados partidos emergentes es la prueba de que, cuando consiguen el apoyo de los electores, nada les obstaculiza el camino.