domingo, 17 de enero de 2010

Monseñor Munilla

A monseñor Munilla le estaban esperando desde que los sacerdotes de la diócesis de San Sebastián le pusieron en el punto de mira con su nada caritativa carta en la  que mostraban su malestar por el nombramiento. Podrían haber dirigido el escrito a sus superiores o podían habérselo enviado al
propio Munilla o ambas cosas, pero decidieron hacerla pública  para que todos estuviéramos atentos y prevenidos contra su nuevo obispo.

Y llegó el gran día. En una entrevista en la cadena SER, a propósito de la catástrofe de Haití, le preguntan por el eterno problema teológico: cómo entender la existencia de Dios ante la existencia del mal o de una catástrofe como ésa. Y Monseñor Munilla se equivocó. ¿Porque dijo que había males mayores que lo ocurrido en Haití, como enseguida se apresuraron a simplificar los medios de comunicación? No. Porque creyó que hablaba para personas adultas con una mínima formación intelectual que de verdad buscaban una respuesta y no un simple enunciado de lamentaciones por lo ocurrido en Haití.

El obispo de San Sebastián se equivocó al responder con profundidad a una sociedad infantilizada y menor de edad que no puede razonar haciendo una sencilla abstracción.


Acostumbrados al ruido ensordecedor de los programas de las vísceras o a la tertulia vana y superficial en la que todos los tertulianos son expertos en todo, no podemos asimilar un pensamiento complejo que vaya más allá del malo-bueno, negro-blanco, derechas-izquierdas, religioso-laico.

La ignorancia, la mala fe o la simple estulticia salieron raudas a la superficie, como casi siempre que se habla de la Iglesia en determinados medios de comunicación, y acusaron al obispo de no haber tenido caridad cristiana, ni haberse mostrado empático con los haitianos, y que no era el momento de hacer reflexiones teológicas. El lugar común de los misioneros que sí hacen una gran labor, en contraposición con la jerarquía, como si esos misioneros no estuvieran enviados, apoyados y sostenidos por la jerarquía que así lo dispone y/o aprueba. Hablan de ellos como si se tratara de "outsiders", cuando forman parte de una de la labores fundamentales de la Iglesia y dentro, por supuesto, de la estructura jerarquizada de la misma.

Lo más triste de todo esto es que, cuando dentro de quince o treinta días, todos esos "comunicadores" se hayan olvidado de Haití y estén cabalgando sobre el siguiente escándalo o la siguiente catástrofe, será Munilla y muchos como él los que desde sus diócesis o sus parroquias seguirán recordando a los más desfavorecidos del mundo, incluidos los haitianos, y solicitando nuestra colaboración para ayudarles a llevar una vida un poco más digna.


Pero eso ya no tendrá interés, porque no tiene morbo y porque no les permite saldar las cuentas pendientes a tantas personas que no soportan la actuación de aquellos que nos interpelan y nos recuerdan que hay muchas cosas que por muy legales que las hagamos, nunca serán lícitas ni, por supuesto, éticas.

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