domingo, 10 de febrero de 2013

Carnavales

Estamos en pleno carnaval y yo, ¡qué le voy a hacer! no acabo de ver qué pinta esta fiesta en los tiempos actuales.
En sus orígenes, los carnavales tenían por objeto disfrutar antes de la llegada de la cuaresma, pero en estos tiempos en que todo el año es cuaresma para casi todos y un continuo carnaval para unos pocos, no veo qué tenemos que celebrar.
Los carnavales podrían tener su función si se invirtieran los términos y, por unos días, los que van siempre disfrazados de banqueros, políticos, empresarios, jueces o funcionarios se quitaran los disfraces y nos dejaran ver su auténtico rostro.
Pero, claro, nuestra sociedad quizás no esté preparada para descubrir la verdad, porque la verdad, por mucho que nos digan las películas de Hollywood, tiene una cara muy desagradable.
Ya deberíamos sospechar algo cuando empazamos a ver en las cartas de los restaurantes que el pescado era mucho más caro que la carne, con lo que nuestra cuaresma se nos ponía, además, por las nubes, pero como no estamos acostumbrados a leer los indicios muchos se dejaron engañar durante unos años cuando, a pesar de ir vestidos con su escasa y deficiente formación, les dijeron que ya eran ricos. Y ellos se lo creyeron, porque, no en vano, conducían coches alemanes, vivían en chalets adosados como las familias de las películas americanas y hasta se divorciaban y se casaban con una rubia (del frasco, pero rubia) como ellos.
Pero un día, cuando regresaban de unas vacaciones en la Riviera Maya, cuyo importe el banco tan generosamente había incluido en la hipoteca con la que habían comprado el nuevo chalet, lo habían amueblado y habían cambiado de coche para que no desluciera en la flamante cochera, el director del banco les quitó el disfraz de ricos y los dejó vestidos para la cuaresma que nunca debieron abandonar.
El director de la oficina les explicó que la cosa iba muy mal, porque ya debían varias cuotas de la hipoteca y claro, una deuda con un banco no es una deuda cualquiera, sino que esa deuda va a una cuenta de descubiertos que rinde (al banco, claro) unos intereses del 23% y, total, que el asunto se estaba poniendo muy feo.
Ellos, que todavía no habían perdido el moreno caribeño y no se terminaban de acostumbrar a las estrecheces de su nuevo traje de pobres de toda la vida, le dijeron al bancario que podía cobrarse del dinero que tenían depositado en su oficina, pero éste tuvo que recordarles que con ese dinero habían comprado preferentes de la entidad y que ésta no podía devolverles el dinero.
No hay problema, le dijeron, nosotros no podemos pagar al banco y el banco no puede pagarnos a nosotros, así que nos damos un tiempo y ya iremos arreglando.
Pero las cosas no funcionan así en el mundo de los que viven siempre en carnaval, porque tienen políticos que les hacen las leyes a su medida (ya sabemos que los ricos lo compran todo a medida y los pobres debemos conformarnos con el prêt à porter) y jueces que las aplican y policías que las hacen cumplir. Así que el director de la sucursal les avisó  de que les desahuciarían y de que estaban buscando alguna fórmula para devolverles parte de lo que habían invertido en preferentes, el 50% o quizás el 60% del total. Echando cuentas nuestros amigos comprobaron que ellos ya habían pagado más del 60% de su hipoteca, así que quizás ellos también podrían librarse de pagar el resto. Pero la cara del director no dejaba lugar a dudas: las  cosas no funcionan así, repitió ya un poco molesto ante tanta ignorancia.
En fin, lo que decía, que en este mundo tan bien organizado en el que unos siempre estamos de cuaresma mientras otros viven un perpetuo carnaval, la celebración de los carnavales por parte de los primeros resulta poco apropiado, porque las fiestas de los pobres siempre terminan en una odiosa resaca.

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