domingo, 16 de diciembre de 2012

Reforma educativa

Como tantas otras cosas en España, y no baladíes precisamente, el sistema educativo ecesita una profunda reforma para que pueda formar alumnos preparados para atender las demandas de la sociedad actual. Los niños y jóvenes que ahora están en las escuelas o institutos deben recibir una buena formación que les permita construir carreteras, edificios, curar nuestras enfermedades, escribir obras literarias, arreglar nuestros electrodomésticos o reparar ese grifo que gotea.
Pero, sobre todo, de las aulas deben salir personas en el más amplio sentido de la palabra, comprometidas con la sociedad y que sepan ver más allá de su propio interés personal. Personas que crean en un mundo más justo y dispuestas a colaborar para que así sea.
En estos momentos, cuando se está planteando la enésima reforma educativa, los ciudadanos de a pie contemplamos perplejos cómo, también por enésima vez, los políticos hablan de lo suyo, de lo que creen que les puede dar (o quitar) votos: las lenguas cooficiales, la religión, la ideología, etc. Por otra parte, los sindicatos de la enseñanza, que deberían tener un discurso técnico y deberían reivindicar las carencias que encuentran en su devenir diario, mantienen el mismo discurso que los políticos: volvemos a un sistema predemocrático, franquista, discriminador, ideologizado, etc.
¿Dónde están las necesidades curriculares que los profesores y maestros creen mal atendidas por el actual modelo? ¿Dónde recogen las necesidades materiales (profesores de apoyo, nuevas tecnologías, formación del profesorado para adaptarse a una tecnología que avanza a la velocidad de la luz?).
Nada de eso parece importar a los que se arrogan la defensa de la enseñanza pública, los cuales parecen más interesados, por no decir sólo interesados, en la defensa de los partidos de su misma ideologia o en el desgaste del adversario político. Por eso se hacen y modifican la leyes de educación sin solución de continuidad, mientras la calidad de nuestra enseñanza se deteriora sin remedio.
Nuestros políticos, empeñados en llevar su influencia a todos los ámbitos de la sociedad han logrado hacer de cualquier problema (real o inventado)  una controversia política, llevando todas las discusiones al ámbito ideológico e impidiendo con ello las soluciones técnicas de los asuntos.

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