domingo, 28 de marzo de 2010

Cámaras de Comercio

El jueves hubo elecciones a la Cámara de Comercio de Gijón. Elecciones de aquella manera, porque votan los delegados que los sectores tienen representándolos en la Cámara. 

Había dos candidatos, Luis Arias de Velasco, que optaba a renovar, y Félix Baragaño, la alternativa. El resultado fue un inesperado empate que dejó confundidos a los partidarios del cambio y, a juzgar por sus declaraciones, asombrados a los partidarios de la continuidad.

A mí me trae sin cuidado la elección de uno u otro, tengo más simpatías personales por uno de ellos,  pero totalmente subjetivas y sin ninguna relación con su candidatura.

Lo que me llama la atención es la propia existencia de las Cámaras de Comercio, que en Gijón son también de Industria y Navegación, lo que no deja de ser un eufemismo, ya que sólo hace falta ver quiénes componen el pleno cameral para ver que de Industria tienen poco y de Navegación poco más que el nombre. Pero a lo que iba, ¿para qué las Cámaras? Son asociaciones de obligada adscripción, o sea, de obligado pago y que yo no sé si suplen alguna carencia toda vez que todos los sectores allí representados tienen también una o varias asociaciones de carácter gremial y, sobre todo, voluntarias a las que pertenecen muchos, si no todos ellos. Las uniones de comerciantes, de hostelería, la Fade, etc.

En este país nuestro de la subvención y del chalaneo yo creo que sobran muchas cosas, pero sobran, sobre todo, todas las asociaciones e instituciones de obligada adscripción. No hay por qué obligar a nadie a ser miembro de nada. Si la asociación, institución o gremio tienen programas y actividades atractivas o cumplen funciones útiles para determinados sectores, ya se afiliarán voluntariamente quienes vean en ello una ventaja o un interés.

En fin, veo poco acorde con el espíritu empresarial en una sociedad de, se supone, libre mercado, la existencias de unas Cámaras de Comercio a las que los empresarios y comerciantes deben pertenecer, del verbo pagar, tanto si les gusta como si no. Y, como no, viendo cómo con su dinero algunos se dedican al chalaneo, a cultivar las relaciones de interés y hasta a hacer algún negociete de  dudosa legalidad y clarísima deshonestidad. Pero a eso estamos tan acostumbrados que si no existiera no lo creeríamos.

Hoy domingo los periódicos siguen hablando de la posibilidad de un pacto entre ambos candidatos para formar candidatura integrada. ¿Por qué? Misterio. Lo lógico sería que se repitiera la votación y que se eligiera a uno de los candidatos; ya se ocuparía el elegido de incorporar algún miembro de sus rivales, si lo considera oportuno. Pero también aquí parece que interesa más el chalaneo y el poder y si no se puede conseguir todo, mejor quedarse con lo que se pueda.

Y que no vengan a decirnos que el pacto y acuerdo es deseable en todos los ámbitos, porque eso no es así. Desde luego, no siempre.

Sería necesario el acuerdo si el presidente decide afrontar cambios decisivos, pero esto con independencia de que gane por un voto de diferencia o con una mayoría abrumadora. Pero no en otro caso.

Es deseable, e incluso necesario, el pacto y el consenso en situaciones excepcionales o para afrontar cambios trascendentales, pero no para el gobierno ordinario de una Cámara de Comercio.

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