domingo, 15 de febrero de 2009

Crisis y empresarios, valga la redundancia

La desolación me embarga. Las posibilidades de salir de esta crisis que cada vez se hace más profunda me parecen cada vez menores. ¿El motivo? Creo firmemente que de esta crisis sólo podemos salir gracias a la acción decidida de unos empresarios audaces que sepan tomar las decisiones adecuadas. Porque con el gobierno o con la oposición no podemos contar. Los políticos están a lo suyo, es decir, a convencernos de que debemos darles nuestro voto para no ser ellos quienes se vayan a las listas del paro. Hay que dejarles, no sirven para otra cosa.
Por eso pienso que sólo podríamos salir de la crisis gracias a nuestros empresarios, pero esto no va a ser posible. Nuestra clase empresarial no podrá hacerlo porque, probablemente, no tienen la formación adecuada. Veamos algunos ejemplos.

Una de sus principales ideas, quizás la única, es abaratar el despido, porque, según ellos es la manera de que los empresarios se decidan a crear empleo. Es decir, que en un país donde los últimos meses se han ido al paro casi doscientas mil personas cada mes, ellos creen que si es más barato despedir se despediría menos. ¡Pobres! Así van sus empresas como van. Imagino que cuando en los comités de dirección analizan la posición de sus productos en el mercado y descubren que son más caros que los de la competencia, la decisión que tomarán es encarecerlos aún más, para venderlos mejor. Deben pensar que los comunes mortales nos pirramos, como ellos, por las cosas caras, y, si son baratas, no las compramos. Así sus empresas se ven abocadas irremediablemente al fracaso.

Los bancos y las grandes empresas han prejubilado a cientos de miles de trabajadores seducidos, sin duda, por lo costosas que eran. Estoy convencido que, de haberse abaratado el despido o de haberlo puesto gratis, todas esas empresas no habrían prejubilado a un sólo trabajador... No, tampoco lo habrían puesto de patitas en la calle sin gastarse un Euro, no sea Vd. mal pensado. Si no cuesta dinero nuestro empresarios no hacen nada, de modo que esos cientos de miles de jóvenes prejubilados estarían ahora en sus puestos de trabajo y no llevando a sus nietos al colegio.

El Gobernador del Banco de España, por ejemplo, nos decía el otro día que el despido en nuestro país es demasiado caro y que si se abaratara los empresarios se pondrían a contratar trabajadores como locos. Supongo que por eso, él no ha renunciado a la indemnización que le corresponderá cuando cese en su cargo que, si es cierto lo dicho en RNE, consiste en cobrar durante dos años el 80% de su salario. Estoy convencido de que este buen hombre hablaba de buena fe y pensará que si el no tuviera una indemnización tan jugosa habría en España veinte o treinta gobernadores del Banco de España, porque, como él dice, si fuese muy barato despedirlos, por qué conformarse con uno sólo.

Otro ilustre empresario decía que los que están fenomenal en España son, en realidad, los inmigrantes, porque si se quedan sin trabajo, como no tienen casa en propiedad, ni les corresponden grandes indemnizaciones por despido, pues cogen los cuatros trastos que tienen y se van a otro sitio a buscar trabajo, sin ningún problema.

Supongo que es por ese motivo por el que se están yendo al paro tantos inmigrantes, porque los empresarios saben que esas personas no tienen ningún problema para cambiar de domicilio o de ocupación. No como nosotros, que, como somos como somos, tienen que mantenernos en nuestro puesto de trabajo para que podamos seguir pagando la hipoteca, las letras del coche y las vacaciones de verano. Si no fuera por eso, estoy seguro de que nos pondrían en la calle para que pudiéramos volver a la hermosa vida trashumante de nuestros antepasados, cuando no se había implantado la agricultura y el hombre se desplazaba a los territorios en los que la caza era abundante. ¡Qué ideal!

Pero claro, nos han acostumbrado mal y ahora nos resistimos a llegar a la vejez y ver cómo nos despiden de nuestro trabajo y, sin medios para pagar la renta (probablemente al mismo que nos ha puesto en la calle), nos veamos convertidos en huéspedes permanentes de los albergues de caridad, porque la caza ya se da ahora muy mal en casi todos los sitios, salvo que seas Ministro o Juez estrella, en cuyo caso hay unas bonitas (aunque carísimas) fincas en las que emular a nuestros antepasados.

Por eso nos empeñamos en que el despido sea un poco costoso (hay algunos empresarios que cuando ven que es barato despedir les da por hacerlo, en lugar de contratar más, son raros, ¡qué le vamos a hacer!), que las pensiones sean dignas para poder atender nuestras necesidades sin depender de la caridad y en tener una casa en propiedad para que no nos pongan en la calle cuando ya no podamos pagar el alquiler.

¿Manías? No lo niego, pero ya se sabe que los hombres, cuanto más pobres somos, más rarezas tenemos.

Y nuestros empresarios tienen que cargar con esta cruz. ¡Pobres!

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