Hasta las últimas elecciones autonómicas Asturias siempre había tenido gobiernos socialistas desde que se convirtió en Comunidad Autónoma, con la excepción del mandato de Marqués en el que por primera, y por ahora última, vez gobernó el PP.
Los socialistas han tenido siempre mayoría suficiente para gobernar solos o con la inestimable ayuda de IU, excepto cuando esta coalición, dirigida por Julio Anguita, decidió dejar de ser utilizada por el PSOE y permitir el gobierno del PP que disponía de mayoría minoritaria.
Esta situación produjo toda una serie de efectos perversos propios de un sistema en el que es imposible la alternancia y los gobernantes se perpetúan durante decenios cambiando, como mucho, de cargo pero siempre ostentando el poder.
El clientelismo, la ocupación de todas las esferas de la organización social: asociaciones de vecinos, asociaciones juveniles, etc. ha ido trasladando a grandes capas de la sociedad asturiana la idea de que si lo hace el PSOE es lo bueno, lo progresista, lo avanzado, sin que se someta al análisis crítico para saber si realmente es así.
De esta manera se ha podido ver cómo la sociedad se alinea con las posiciones del PSOE cuando se sustituye a un director de festival de cine o cuando se pretende gestionar un espacio cultural de una manera diferente.
Por otra parte, en estos años la oposición de derechas se ha convertido en una clase funcionarial resignada a ser sempiterna oposición y cuyo único objetivo se ha convertido en permanecer en sus puestos orgánicos y en la cuota de participación política que eso le permite y que llevan aparejadas unas retribuciones e influencias que, la mayoría, nunca habrían imaginado ni en sus sueños más audaces.
Este statu quo fue roto en las pasadas elecciones con la aparición de Foro. Éste partido, paradójicamente, porque a quien más perjudicaba era al PP, surgió precisamente por lo que acabo de apuntar más arriba, es decir, porque la nomenclatura del PP asturiano se vio de pronto amenazada por la intención de Álvarez Cascos de presentarse a las elecciones autonómicas y de someter a la organización de esta región a una profunda revisión, del verbo echar a los dirigentes que él consideraba culpables de la situación de atonía que vivía el partido en Asturias.
Ante esa situación de emergencia para los dirigentes regionales la persona que había sido el gran estandarte de la política del PP en la región y del que sólo decían loas y alabanzas con las que disimulaban su propia incompetencia, como si los méritos del Cascos fueran también suyos por simpatía, digo que surgió la alarma porque vieron peligrar sus puestos y, de la noche a la mañana, el político asturiano ejemplar se convirtió para ellos en una persona entregada a sus ambiciones personales.
Y así fue como ganaron la primera batalla e impidieron que se convirtiera en el candidato del PP a las elecciones autonómicas. Pero vieron la guerra perdida cuando lo electores convirtieron al partido por él creado en la mayor fuerza parlamentaria.
El PSOE decidió desentenderse de la gobernación de Asturias suponiendo que, como decía la lógica, Foro y PP terminarían llegando a un acuerdo de gobierno. Por eso se limitaron a negociar la mesa de la Junta General con el PP para evitar quedarse fuera de la misma y dieron la presidencia al PP en lo que se suponía este partido lanzaba un órdago a Foro para vender más caro su apoyo.
Pero el PP regional tenía en mente otra estrategia: de modo tácito o expreso se pusieron al lado del PSOE en todo aquello que podía desgastar al gobierno de Foro, aunque ello supusiera adoptar posturas contrarias a las mantenidas sólo unos meses antes: Niemeyer, RTPA, etc.
Y, finalmente, tras el éxito del PP a nivel nacional (bastante menor en Asturias), decidieron no negociar los presupuestos y presentar una enmienda a la totalidad a los presentados por el gobierno de Foro. La idea era que el gobierno se cociera en su propia salsa sufriendo un desgaste imposible que le obligaría a convocar elecciones al cabo de uno o dos años, transcurridos los cuales habría perdido todo el apoyo de sus votantes y, por fin, el PP alcanzaría el poder.
Ese desgaste de Foro llevaría aparejado el desastre de la economía asturiana, a lo que coadyuvaría, como no, el cerco del gobierno de Madrid que, en momentos de recortes, le encantaría ayudar a sus colegas asturianos que no sólo no le reprocharía nada en público, sino que, en privado, le pedirían mano dura con el gobierno regional. Pero, ¿a quién le importa la economía y el bienestar de esta región si ello supone poner en peligro los intereses personales?
Pero cometieron un error de cálculo: pensar que Cascos funciona con sus mismos esquemas y que, con tal de seguir en el poder, arrastraría la agonía todo lo que le fuera posible. Sin embargo, el personaje no piensa así y decidió proceder con la ortodoxia democrática que, por estos lares, produce asombro y conmoción. ¿Qué dice esa ortodoxia? Pues, ni más ni menos, que cuando a un gobierno le obligan a retirar su ley de presupuestos debe convocar elecciones para que los ciudadanos refrenden sus apoyos o los retiren.
Y en esas estamos en estos momentos. Es posible que el partido de Cascos ya no consiga los escaños necesarios para formar gobierno, pero también es posible que, finalmente, consiga cierta renovación en el PP asturiano, como él había pretendido en un principio, porque es posible que alguien con un átomo de inteligencia política en ese partido comprenda que no pueden seguir presentando a los mismos que, en el mejor momento para una victoria del PP, cosecharon su mayor derrota vencidos por un partido recién creado. Si no sacan una lección de todo esto, creo que el PP en Asturias habrá perdido definitivamente el futuro, aunque ello pueda quedar disfrazado momentáneamente por una débil victoria en los próximos comicios.
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