Aznar fue presidente del gobierno español entre 1.996 y 2.004. En la segunda legislatura obtuvo una mayoría absoluta aplastante que se le subió a la cabeza y le llevó a cometer las mayores tonterías a nivel personal y político. No voy a entrar en detalles porque la vergüenza ajena me lo impide, pero esa segunda legislatura fue una prueba de cómo la soberbia puede ser la peor droga para una persona.
En los días finales de su mandato y ya sin ser candidato a las elecciones por decisión propia (algo muy meritorio) España sufrió el peor atentado terrorista de su historia y ni él ni su gobierno supieron gestionar aquella crisis de la manera adecuada y, con la ayuda inestimable de las burdas maniobras de la izquierda, perdieron unas elecciones en las que todo el mundo daba ganador al PP.
Después de eso el comportamiento de Aznar siguió siendo tan soberbio, errático y patético como hasta entonces, pretendiendo erigirse en una especie de los siete sabios de Grecia reunidos en una sola persona.
No faltaron momentos en los que con sus declaraciones extemporáneas o con unas tonterías indignas de un adulto mínimamente ilustrado puso en verdaderos aprietos a sus compañeros de partido a los que situaba en trances imposibles.
También acostumbró a dedicar terribles vaticinios o diagnósticos sobre la economía española, los cuales perjudicaban a su país y sólo servían para satisfacer su propio ego.
Un ejemplo de esto (no digo el último porque seguramente nos seguirá obsequiando con sus perlas) ha sido la de hoy en ABC: “No se puede jubilar alguien a los 55 y que cobre su pensión hasta los 85”
Sin embargo, el simpático de Aznar no parece prestar demasiada atención a que él, con tan sólo ocho años como presidente del gobierno, se ha hecho beneficiario de una pensión vitalicia (del verbo para toda la vida) de 80.000 Euros anuales (creo que también tiene coche oficial, chófer y una secretaria, pero dejemos eso a un lado) y que cuando se “jubiló” tenía tan sólo 51 años.
Tampoco parece tener demasiado en cuenta que él sigue teniendo ingresos de empresas privadas a las que asesora, algo que por ley tienen prohibidos los españoles beneficiarios de una pensión pública, pero que es un privilegio más que los políticos se han ido autoadjudicando durante estos últimos treinta años.
Aznar, cuando tenga un rato, no hace falta que se apure demasiado, también le podría echar un vistazo a ver si es posible que un presidente del gobierno firme durante su mandato un reconocimiento de déficit tarifario a las eléctricas que ha llevado al Estado a contraer una fabulosa deuda con estas empresas y que ahora sea asesor de una de ellas que le retribuye con la bonita cifra de 200.000 Euros anuales, según ha publicado la prensa.
Supongo que todo esto, más otras retribuciones que pueda tener o lo que pueda percibir por dar conferencias, le parecerá poco para una persona de su valía, de su capacidad y de sus méritos.
A mí, que nunca he ganado unas elecciones ni a delegado de la clase, me parece que es sólo una prueba de cómo la soberbia puede arruinar moralmente a una persona.
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