Esta semana se ha celebrado con alborozo y exceso de fasto el treinta aniversario del fallido golpe de estado del 23F.
Todos los años recordamos agradecidos que los militares no consiguieran que España retrocediera de golpe cien años, cuando apenas habíamos vislumbrado la posibilidad de situarnos en los años correctos del siglo, una vez terminada la dictadura y reinstaurada la democracia.
Pero en estos treinta años el golpe del 23F de 1.981 no fue el último, sólo fue el último protagonizado por militares y que tenía como fin establecer una (otra) tiranía militar.
No se dan golpes de estado sólo con pistolas y vestidos de uniforme. También se dan golpes de estado y se socavan la democracia y el estado de derecho participando en tramas de corrupción o dejando que esas tramas campen a sus anchas porque se obtienen fondos para el partido o porque limpiar de corruptos las filas del nuestro es darle armas al adversario.
Se dan golpes de estado cuando desde las más altas instituciones del estado se hace dejación de funciones y se permite que algunos privilegiados, amigos y compañeros de partido hagan negocios y se enriquezcan con prácticas de discutible legalidad.
Se dan golpes de estado cuando se usan los fondos públicos para beneficio propio y se malgasta el dinero de los ciudadanos para atraerse las simpatías de los votantes. O cuando se llena la administración de asesores, asesores de los asesores y asesores de los asesores de los asesores para formar una clientela de estómagos agradecidos que les votaran por más nefastas que sean sus políticas.
Se dan golpes de estado cuando se aplican las políticas opuestas a las que se prometieron en la campaña electoral y se reconoce en la casa política de todos los españoles, el Congreso de los Diputados, y se dice como si fuera lo más natural del mundo “yo no he cambiado de convicciones, pero debo hacer otra política obligado por las circunstancias”.
En vez de comer, reunirse, condecorarse y felicitarse, nuestros políticos deberían haber hecho un pleno de las dos Cámaras para, por un día, hacer un ejercicio de autocrítica y preguntarse si en estos treinta años habían conducido a España por la senda deseada por los ciudadanos o se había creado un país de espaldas a la sociedad.
Y no puedo terminar sin un recuerdo a mi admirado MAFO, actual Gobernador del Banco de España a quien Dios guarde muchos años.
Los economistas de esa institución, supongo que hartos de que todo el mundo diga que no tienen ni idea y que no supieron prever la crisis, al igual que los expertos del FMI, han dicho que ellos en 2.006 ya habían hecho un informe alertando del peligro de la burbuja inmobiliaria y del riesgo de que bancos y cajas concentraran tanto riesgo en el ladrillo. Pero, claro, sus jefes se encogieron de hombros y decidieron mirar para otro lado, supongo que después de analizar la situación y ver que sus amigos y compañeros de juegos se estaban haciendo muy ricos y que cuando todo se fuera al traste siempre quedarían los pobres para pagar la factura, que, por otra parte, es lo que siempre ocurre desde que el mundo es mundo.
¿Qué ha dicho a eso mi querido MAFO? Pues algo digno de un hombre tan serio como él que siempre en sus admoniciones nos dice que estamos muy mal acostumbrados y que esto no puede seguir así, es decir, que deben bajarnos los sueldos, subirnos los impuestos, retrasar la edad de jubilación y reducirnos las pensiones. Pues ha dicho este simpático personaje que quizás en el pasado no se han hecho las cosas demasiado bien, pero que lo ocurrido hace diez años debería dejarse para los historiadores.
¿No me digan que este MAFO no es entrañable? Yo he tenido que dejar de escribir durante unos minutos porque la lágrimas me impedían ver el teclado.
¡Cómo le vamos a pedir cuentas a MAFO de nada! Un hombre que cuando resta 2.011 menos 2.006 le sale 10 es inimputable, no podemos hacerlo responsable de sus actos. Por eso, el mismo duda y dice que quizás no se han hecho las cosas demasiado bien. Claro que duda, cómo no va a dudar, no está seguro, no le salen la cuentas.
Todos los años recordamos agradecidos que los militares no consiguieran que España retrocediera de golpe cien años, cuando apenas habíamos vislumbrado la posibilidad de situarnos en los años correctos del siglo, una vez terminada la dictadura y reinstaurada la democracia.
Pero en estos treinta años el golpe del 23F de 1.981 no fue el último, sólo fue el último protagonizado por militares y que tenía como fin establecer una (otra) tiranía militar.
No se dan golpes de estado sólo con pistolas y vestidos de uniforme. También se dan golpes de estado y se socavan la democracia y el estado de derecho participando en tramas de corrupción o dejando que esas tramas campen a sus anchas porque se obtienen fondos para el partido o porque limpiar de corruptos las filas del nuestro es darle armas al adversario.
Se dan golpes de estado cuando desde las más altas instituciones del estado se hace dejación de funciones y se permite que algunos privilegiados, amigos y compañeros de partido hagan negocios y se enriquezcan con prácticas de discutible legalidad.
Se dan golpes de estado cuando se usan los fondos públicos para beneficio propio y se malgasta el dinero de los ciudadanos para atraerse las simpatías de los votantes. O cuando se llena la administración de asesores, asesores de los asesores y asesores de los asesores de los asesores para formar una clientela de estómagos agradecidos que les votaran por más nefastas que sean sus políticas.
Se dan golpes de estado cuando se aplican las políticas opuestas a las que se prometieron en la campaña electoral y se reconoce en la casa política de todos los españoles, el Congreso de los Diputados, y se dice como si fuera lo más natural del mundo “yo no he cambiado de convicciones, pero debo hacer otra política obligado por las circunstancias”.
En vez de comer, reunirse, condecorarse y felicitarse, nuestros políticos deberían haber hecho un pleno de las dos Cámaras para, por un día, hacer un ejercicio de autocrítica y preguntarse si en estos treinta años habían conducido a España por la senda deseada por los ciudadanos o se había creado un país de espaldas a la sociedad.
Y no puedo terminar sin un recuerdo a mi admirado MAFO, actual Gobernador del Banco de España a quien Dios guarde muchos años.
Los economistas de esa institución, supongo que hartos de que todo el mundo diga que no tienen ni idea y que no supieron prever la crisis, al igual que los expertos del FMI, han dicho que ellos en 2.006 ya habían hecho un informe alertando del peligro de la burbuja inmobiliaria y del riesgo de que bancos y cajas concentraran tanto riesgo en el ladrillo. Pero, claro, sus jefes se encogieron de hombros y decidieron mirar para otro lado, supongo que después de analizar la situación y ver que sus amigos y compañeros de juegos se estaban haciendo muy ricos y que cuando todo se fuera al traste siempre quedarían los pobres para pagar la factura, que, por otra parte, es lo que siempre ocurre desde que el mundo es mundo.
¿Qué ha dicho a eso mi querido MAFO? Pues algo digno de un hombre tan serio como él que siempre en sus admoniciones nos dice que estamos muy mal acostumbrados y que esto no puede seguir así, es decir, que deben bajarnos los sueldos, subirnos los impuestos, retrasar la edad de jubilación y reducirnos las pensiones. Pues ha dicho este simpático personaje que quizás en el pasado no se han hecho las cosas demasiado bien, pero que lo ocurrido hace diez años debería dejarse para los historiadores.
¿No me digan que este MAFO no es entrañable? Yo he tenido que dejar de escribir durante unos minutos porque la lágrimas me impedían ver el teclado.
¡Cómo le vamos a pedir cuentas a MAFO de nada! Un hombre que cuando resta 2.011 menos 2.006 le sale 10 es inimputable, no podemos hacerlo responsable de sus actos. Por eso, el mismo duda y dice que quizás no se han hecho las cosas demasiado bien. Claro que duda, cómo no va a dudar, no está seguro, no le salen la cuentas.
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