Julio Gavito, ex consejero de industria del gobierno de Asturias, ha escrito un buen artículo en La Nueva España de hoy domingo, con el que, salvo algunos prejuicios religiosos que no puede evitar que se cuelen entre sus argumentos, estoy totalmente de acuerdo. El artículo se titula “Los puentes festivos y otras culturas hispanas” y en él critica los puentes que tenemos por costumbre disfrutar en nuestro país y las eternas “comidas de trabajo” que se prolongan hasta bien entrada la tarde o, mejor dicho, hasta final de la tarde, ya que a las cinco o cinco y media en muchos países de Europa ya están a punto de cenar. Relaciona todo esto con la falta de productividad de nuestra economía y de cómo los presidentes y directivos son los primeros en dar (mal)ejemplo.
No puedo estar más de acuerdo. Los que tanto se quejan de la falta de productividad de los trabajadores y de la necesidad de flexibilizar (léase abaratar) el mercado de trabajo, son los que llegan al despacho a las diez de la mañana, se van a comer, de trabajo, desde luego, a las dos de la tarde y regresan a las cinco o las seis de la tarde para permanecer en el despacho (trabajar es otra cosa) hasta las ocho o las nueve, porque hay que dar ejemplo a los trabajadores a los que les exigen que estén en su puesto desde las ocho de la mañana. El mal ejemplo no es sólo por el horario, sino que, normalmente, los efectos del buen vino de la comida y del güisqui de la sobremesa es demasiado notorio.
La cultura de “estar” en el puesto de trabajo está demasiado presente entre los directivos de nuestras empresas y ellos son los primeros que creen que con estar en su despacho hasta las nueve de la noche ya justifican de sobra sus desvelos por la buena marcha de la empresa.
Como decía al principio, Julio Gavito tiene mucha razón, pero me extraña que no haya pedido las medidas necesarias para erradicar estas pésimas costumbres, medidas que, en alguna medida, y desde luego en el propio ejemplo, están al alcance de nuestros dirigentes políticos. Son medidas sencillas y fáciles de adoptar:
1.- Que ningún político organice ningún acto después de las seis de la tarde.
2.- Que ningún político acuda o promueva “comidas de trabajo”.
3.- Que las fiesta se trasladen sistemáticamente al lunes o viernes más próximo.
4.- Establecer nuestra hora oficial en una hora menos. Por situación geográfica, nos corresponde tener las misma hora que Portugal o Gran Bretaña. Sólo hace falta mirar un mapa o atender a nuestros hijos cuando, en los meses de verano, se quejan de que queremos que se duerman cuando todavía es de día.
Cuando se traslade la idea de que no es de recibo estar comiendo a las cuatro de la tarde o tomando cañas en las terrazas hasta las doce de la noche en los días laborables, salvo que se esté de vacaciones, se habrán puesto las bases para que nuestra productividad se aproxime a la de los países europeos de nuestro entorno, con los que debemos competir.
¡Ah! Y si los “capitanes de empresa” empiezan a dar ejemplo, tendrán la autoridad moral par hablar de productividad.
¡Venga, a ello!
No puedo estar más de acuerdo. Los que tanto se quejan de la falta de productividad de los trabajadores y de la necesidad de flexibilizar (léase abaratar) el mercado de trabajo, son los que llegan al despacho a las diez de la mañana, se van a comer, de trabajo, desde luego, a las dos de la tarde y regresan a las cinco o las seis de la tarde para permanecer en el despacho (trabajar es otra cosa) hasta las ocho o las nueve, porque hay que dar ejemplo a los trabajadores a los que les exigen que estén en su puesto desde las ocho de la mañana. El mal ejemplo no es sólo por el horario, sino que, normalmente, los efectos del buen vino de la comida y del güisqui de la sobremesa es demasiado notorio.
La cultura de “estar” en el puesto de trabajo está demasiado presente entre los directivos de nuestras empresas y ellos son los primeros que creen que con estar en su despacho hasta las nueve de la noche ya justifican de sobra sus desvelos por la buena marcha de la empresa.
Como decía al principio, Julio Gavito tiene mucha razón, pero me extraña que no haya pedido las medidas necesarias para erradicar estas pésimas costumbres, medidas que, en alguna medida, y desde luego en el propio ejemplo, están al alcance de nuestros dirigentes políticos. Son medidas sencillas y fáciles de adoptar:
1.- Que ningún político organice ningún acto después de las seis de la tarde.
2.- Que ningún político acuda o promueva “comidas de trabajo”.
3.- Que las fiesta se trasladen sistemáticamente al lunes o viernes más próximo.
4.- Establecer nuestra hora oficial en una hora menos. Por situación geográfica, nos corresponde tener las misma hora que Portugal o Gran Bretaña. Sólo hace falta mirar un mapa o atender a nuestros hijos cuando, en los meses de verano, se quejan de que queremos que se duerman cuando todavía es de día.
Cuando se traslade la idea de que no es de recibo estar comiendo a las cuatro de la tarde o tomando cañas en las terrazas hasta las doce de la noche en los días laborables, salvo que se esté de vacaciones, se habrán puesto las bases para que nuestra productividad se aproxime a la de los países europeos de nuestro entorno, con los que debemos competir.
¡Ah! Y si los “capitanes de empresa” empiezan a dar ejemplo, tendrán la autoridad moral par hablar de productividad.
¡Venga, a ello!
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