Quitan la libertad y quieren controlar el pensamiento.
Convierten su país en una cárcel en la que sólo hay súbditos sin derechos.
Encarcelan, torturan y matan a los que critican al régimen o se enfrentan a él.
Y cuando logran acabar con un enemigo de la patria, como ellos los llaman, cuelgan sobre su memoria los insultos más odiosos: delincuente común, terrorista, traidor…
Los medios de comunicación de su país los ignoran o airean las consignas. Los adeptos las repiten. La masa adocenada sale presta a la llamada de sus dirigentes para defender la patria atacada. Muchos psicópatas encuentran refugio en los sótanos del régimen en los que en nombre de la nación se cometen los crímenes más abominables.
Y en nuestras sociedades desarrolladas y libres hay individuos que defienden esas dictaduras y colaboran con ellas para destruir la memoria de sus víctimas. Se consideran a sí mismos demócratas y defensores de la libertad y de la vida, pero para ellos sólo tiene valor la libertad de los suyos y la vida de los que piensan como ellos. El resto son despreciables y, lo que es peor, prescindibles.
Salen con pancartas pidiendo la libertad de unos y despreciando la de aquellos que consideran enemigos. Y apoyan satisfechos a los dictadores, ajenos al sufrimiento de sus pueblos.
Dividen al mundo en buenos y malos y, para ellos, estos últimos no tienen derecho siquiera a su buen nombre.
Para ellos todas las ideas son respetables, con la única condición de que coincidan con las suyas.
Las víctimas sólo importan si lo son del otro bando, las del propio o no existen o siempre tienen justificación.
Son de extrema izquierda o de extrema derecha, da igual, no hay dos indeseables más parecidos que dos totalitarios sean del signo que sean.
Y, por supuesto, les encanta darnos lecciones de moral subidos al enorme pedestal de sus prejuicios.
Vaya desde aquí mi desprecio más absoluto hacia todos aquellos que un día sí y otro también emplean sus sectaria vara de medir para separar a los verdugos buenos de los verdugos malos y a las víctimas buenas de las víctimas malas.
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