Me
llama mucho la atención que todo el problema de la enseñanza se
centre en si los profesores deben tener 18 ó 20 horas lectivas.
Todo
el mundo parece dar por hecho, ya que nadie lo cuestiona, que la
actual organización de los centros es inmejorable, en el sentido
etimológico, es decir, que no admite mejora posible.
Si
tenemos en cuenta que la actividad principal, aunque no única, de un
profesor ha de ser la de enseñar, no deja de ser curioso que de las
37,5 horas de jornada semanal, más de la mitad no se dedique a esa
función, sino a otras diversas, relacionadas con su actividad, pero
que hemos de suponer secundarias a la principal. Y el que sean
secundarias no quiere decir que sean innecesarias o poco importantes.
Como
cualquier actividad humana, es de suponer que la de la enseñanza
también es susceptible de mejora y, por ello, no debe de ser
extraordinario suponer que puede ser organizada de tal forma que se
pueda aumentar la productividad de los profesores sin que se merme la
calidad.
Seguramente,
muchos de los que ahora se quejan del aumento de horas lectivas se
quejaban hasta ahora de la burocratización del sistema y de la
excesiva carga administrativa que padecían, del tiempo que perdían
en reuniones absurdas y, en definitiva, de la mala organización de
los centros.
Por
ello, me sorprende que pongan el acento en el aumento de horas
lectivas, cuando, a mi juicio, deberían reclamar una mejor y más
eficiente organización de sus tareas no lectivas.
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