Esta semana he visto a los pensionistas reclamar una pensión digna. Saben de lo que hablan nuestros mayores, porque ellos representan la dignidad. Han asumido en silencio los recortes de la crisis, se ha remangado la camisa y se han puesto a ayudar a sus hijos en paro o desalojados de sus viviendas como han podido, con dinero, haciéndose cargo de los nietos, colaborando en los bancos de alimentos. Y lo han hecho callados, comprendiendo mejor que nadie que la situación económica era muy complicada y que tocaba apretarse el cinturón hasta donde fuera necesario.
Pero ha llegado 2018 y han visto ilusionados cómo nuestro gobierno subía un 1% el salario de los funcionarios y, de rebote, a ellos mismos y a los diputados y senadores, porque, claro, son así de prudentes y asumen la modesta subida de los empleados públicos. La ilusión aumentó cuando vieron cómo se iba a terminar un agravio padecido durante años por policías y guardias civiles: en el plazo de tres años se igualarían sus retribuciones con las de los policías autonómicos. Y en la última semana el gobierno se comprometía a subir el salario de los funcionarios un 6% fijo y hasta un 2% más variable en los próximos tres años, además de darles más días de vacaciones. Parecía, por fin, que era cierto eso que repetían machaconamente desde el gobierno: habíamos salido de la crisis. Los nubarrones económicos se alejaban por el horizonte, ya podíamos comenzar a respirar aliviados.
Pero llegó la subida de las pensiones y se mantuvo en el exiguo 0,25% de los último años. Los pensionistas estallaron. El presidente del gobierno reaccionó rápido y solicitó comparecer en el Parlamento para dar explicaciones. Rajoy quería hablar a los pensionistas en el lenguaje que éstos entienden, el lenguaje de la mesura, de la ponderación: nos gustaría subir las pensiones, dijo, pero no podemos gastar lo que no tenemos. Aunque por alguna extraña razón parece ser que sí habría algo para subir las pensiones si le apoyaban los presupuestos. Los pensionistas, que saben que cuando no hay no hay y que da igual que te aprueben los presupuestos o que tu nieto tenga que comprar libros para el colegio, se sintieron estafados.
Los pensionistas saben bien de lo que habla Rajoy porque muchos de ellos han visto llegar a sus hijos o a sus nietos a pedirles ayuda, pero, al contrario que nuestro presidente, no despacharon a sus hijos con que no se puede gastar lo que no se tiene. No. Se detuvieron a mirar sus gastos y vieron que si no renovaban el abono del fútbol y dejaban de jugar cada tarde la partida podía sacar algunos dineros para estirar la pensión y echar una mano. Así que fueron viendo la manera de recortar los gastos para dedicarlo a otras cosas más prioritarias. Así que pensaron que Rajoy no había hecho nada con sus demandas. Es decir había hecho lo que hace como nadie: no hacer nada y esperar a que escampe. Cómo esperar de un hombre que estuvo en la cúpula del partido cuando entraban y salían dineros en blanco y en negro, regulares e irregulares, controlados y descontrolados y no fue capaz de ver nada que vaya a echar ahora un vistazo a los presupuestos generales del estado. No, no se puede esperar. Quizás haya preguntado a Montoro y éste le habrá dicho: no hay presidente. Si no hay no se puede gastar, ¿verdad, Montoro? Verdad, presidente. Ya me parecía a mí.
Montoro tampoco, se iba a despeinar, ni literal, ni figuradamente. Bastante tiene con seguir apretando las tuercas a los de siempre, como para sacar tiempo para ver dónde se están gastando los dineros de los españoles, pensionistas incluidos.
Así que los pensionistas siguen en la calle sacándole las vergüenzas a un gobiernos que no la tiene, esperando a ver si alguien le dice dónde está la chistera de la que sacar el conejo en forma de subida del IPC.
Quizás alguien le acabe soplando al oído a Rajoy que si no hay dinero para pagar las pensiones igual a que pensar si lo hay para pagar diecisiete parlamentos y gobiernos autonómicos. O que mejoraría mucho la salud de nuestros cargos públicos si les cambiaran el coche oficial por unos cómodos zapatos y un bonobús. O que los partidos políticos podrían hacer campañas de cinco días y ahorrar dos tercios de lo que ahora reciben en subvenciones. O que no podemos seguir dilapidando el dinero en decenas de televisiones públicas nacionales, autonómicas o locales. O que no es necesario hacer desfiles militares o festejos diversos porque no es presentable estar de fiesta en el salón mientras en el sótano tenemos al abuelo sin cenar.
Alguien debe soplar al oído de Rajoy que sí que hay dinero, lo que no hay es interés en destinarlo a lo verdaderamente importante.
*La fotografía ha sido tomada de elmundo.es