lunes, 25 de febrero de 2013

La solución está en tu voto

El primer gran problema de España es la corrupción. Es redundante apellidarla como política porque la política lo ha invadido todo a lo largo de nuestra democracia, como la mala hierba, y ninguna actividad económica o social vive al margen de ella. La corrupción ha consumido cientos de miles de millones de euros que podrían haberse dedicado a la economía real y productiva o, sencillamente, al consumo de bienes y servicios, pero que han sido en parte dilapidados en actividades improductivas y enterrados en obras sin sentido y otra parte se ha distribuido por los bolsillos de supuestos empresarios, funcionarios prevaricadores, políticos corruptos y golfos de diferentes partidos e ideologías. No vale demasiado la pena seguir insistiendo en esto, ya de sobra conocido y comentado en estos años de crisis. El segundo gran problema es el paro, consecuencia de la crisis económica que nos asola. La corrupción no es la causante de la crisis, pero sí lo es en gran medida de su magnitud. Y el tercer gran problema es la terrible desmoralización de la sociedad. El desencanto que muestra casi todo el mundo, incluidos aquellos que, aparentemente, no están afectados por la crisis o, al menos, no lo están gravemente. La falta de expectativas, la convicción de que quienes deberían poner las bases y hacer los cambios para salir del pozo en el que estamos sumidos no sólo son incapaces, sino que están ocupados en lo suyo y ni saben, ni les importa qué será de este país y sus habitantes, tiene a la sociedad sumida en la desesperanza. He situado este problema en tercer lugar por el orden de aparición tras la corrupción y el paro, aunque por su importancia debería estar el primero y cada vez más destacado, pues es el que puede lastrar aún más la difícil salida de la actual situación. Existe el peligro cierto, porque el terreno está abonado para ello, de que aparezca un salvador que sepa canalizar el descontento o, más peligroso aún, que sepa despertar la esperanza de la gente. Por eso es importante que recuperemos la confianza en nosotros mismos, en que podemos tomar las riendas del país o que podemos arrebatárselas a quienes las han tenido hasta ahora y no han sabido utilizarlas más que en su propio provecho. No somos súbditos, somos ciudadanos, y en el conjunto de todos nosotros reside la soberanía que delegamos con nuestros votos en las elecciones. En el tiempo que falta para las próximas podemos mostrar el descontento con los políticos y con los poderes fácticos que están aprovechando la crisis para tomar posiciones de ventaja gracias a la extrema necesidad de mucha gente. Pero, sobre todo, hemos de convencernos de que el futuro está en nuestras manos, que podemos desalojar a todos los sinvergüenzas que han usurpado los puestos que deberían ocupar personas capaces y con verdadera vocación de servicio. Debemos expulsarlos de la política para que puedan acceder a ella los que de verdad lo merecen.En el caso de que hayas llegado hasta aquí (recurso retórico, porque si no has llegado no puedes leerlo) es posible que te preguntes cómo podemos expulsar a tanto indeseable de la vida política. Pues sólo hay una forma: votando partidos minoritarios. El que más te guste o el que menos te disguste o cualquiera. Se trata de desalojar por desplazamiento; la única forma posible en nuestra democracia de echar a los que no queremos: poniendo a otros en su lugar. No es que tenga confianza en que estas personas vayan a ser la solución, pero haya dos cosas seguras. La primera es que, con toda seguridad, peor que los actuales no pueden hacerlo y, la segunda, que mientras PP y PSOE no bajen de los cien diputados, es decir, no sufran una auténtica debacle electoral, con la pérdida de poder que ello conlleva, estos partidos no nos tomarán en serio, ni se regenerarán.

domingo, 10 de febrero de 2013

Carnavales

Estamos en pleno carnaval y yo, ¡qué le voy a hacer! no acabo de ver qué pinta esta fiesta en los tiempos actuales.
En sus orígenes, los carnavales tenían por objeto disfrutar antes de la llegada de la cuaresma, pero en estos tiempos en que todo el año es cuaresma para casi todos y un continuo carnaval para unos pocos, no veo qué tenemos que celebrar.
Los carnavales podrían tener su función si se invirtieran los términos y, por unos días, los que van siempre disfrazados de banqueros, políticos, empresarios, jueces o funcionarios se quitaran los disfraces y nos dejaran ver su auténtico rostro.
Pero, claro, nuestra sociedad quizás no esté preparada para descubrir la verdad, porque la verdad, por mucho que nos digan las películas de Hollywood, tiene una cara muy desagradable.
Ya deberíamos sospechar algo cuando empazamos a ver en las cartas de los restaurantes que el pescado era mucho más caro que la carne, con lo que nuestra cuaresma se nos ponía, además, por las nubes, pero como no estamos acostumbrados a leer los indicios muchos se dejaron engañar durante unos años cuando, a pesar de ir vestidos con su escasa y deficiente formación, les dijeron que ya eran ricos. Y ellos se lo creyeron, porque, no en vano, conducían coches alemanes, vivían en chalets adosados como las familias de las películas americanas y hasta se divorciaban y se casaban con una rubia (del frasco, pero rubia) como ellos.
Pero un día, cuando regresaban de unas vacaciones en la Riviera Maya, cuyo importe el banco tan generosamente había incluido en la hipoteca con la que habían comprado el nuevo chalet, lo habían amueblado y habían cambiado de coche para que no desluciera en la flamante cochera, el director del banco les quitó el disfraz de ricos y los dejó vestidos para la cuaresma que nunca debieron abandonar.
El director de la oficina les explicó que la cosa iba muy mal, porque ya debían varias cuotas de la hipoteca y claro, una deuda con un banco no es una deuda cualquiera, sino que esa deuda va a una cuenta de descubiertos que rinde (al banco, claro) unos intereses del 23% y, total, que el asunto se estaba poniendo muy feo.
Ellos, que todavía no habían perdido el moreno caribeño y no se terminaban de acostumbrar a las estrecheces de su nuevo traje de pobres de toda la vida, le dijeron al bancario que podía cobrarse del dinero que tenían depositado en su oficina, pero éste tuvo que recordarles que con ese dinero habían comprado preferentes de la entidad y que ésta no podía devolverles el dinero.
No hay problema, le dijeron, nosotros no podemos pagar al banco y el banco no puede pagarnos a nosotros, así que nos damos un tiempo y ya iremos arreglando.
Pero las cosas no funcionan así en el mundo de los que viven siempre en carnaval, porque tienen políticos que les hacen las leyes a su medida (ya sabemos que los ricos lo compran todo a medida y los pobres debemos conformarnos con el prêt à porter) y jueces que las aplican y policías que las hacen cumplir. Así que el director de la sucursal les avisó  de que les desahuciarían y de que estaban buscando alguna fórmula para devolverles parte de lo que habían invertido en preferentes, el 50% o quizás el 60% del total. Echando cuentas nuestros amigos comprobaron que ellos ya habían pagado más del 60% de su hipoteca, así que quizás ellos también podrían librarse de pagar el resto. Pero la cara del director no dejaba lugar a dudas: las  cosas no funcionan así, repitió ya un poco molesto ante tanta ignorancia.
En fin, lo que decía, que en este mundo tan bien organizado en el que unos siempre estamos de cuaresma mientras otros viven un perpetuo carnaval, la celebración de los carnavales por parte de los primeros resulta poco apropiado, porque las fiestas de los pobres siempre terminan en una odiosa resaca.

lunes, 4 de febrero de 2013

Junquera y Goñi: cara y cruz

El concejal del PP en el ayuntamiento de Gijón, Eduardo Junquera, ha dimitido debido al escándalo que afecta a su partido.
Cuando los políticos dicen que no todos son iguales, tienen razón, ya hemos visto a uno que no es igual, que ha dimitido. ¿Dónde están los demás? ¿Dónde está esa supuesta mayoría de políticos honrados? Yo creo que no lo serán tanto cuando no reaccionan como Eduardo Junquera a pesar de Bárcenas, Gürtell, Palau, Pallerols, ITVs, ERES, Renedo, Marea, GAL, Filesa... Los casos de corrupción afectan a los partidos que gobiernan o han gobernado de una manera generalizada, son graves y continuados, no son actuaciones aisladas, a pesar de lo cual sus cargos, supuestamente honrados, han continuado en sus puestos defendiendo las posturas oficiales e hipócritas de sus jefes, que nos llevan dando ruedas de molino durante más de treinta años.
Un ejemplo de lo que digo es Goñi, Secretario General del PP de Asturias, quien se ha apresurado a decir que la dimisión de Junquera es oportunista y que "se ha cargado la presunción de inocencia". Como suena, Eduardo Junquera, tomando una decisión que le honra y cuyo ejemplo deberían imitar todos aquellos que se dicen honrados, se ha cargado él solo la presunción de inocencia.
Es posible que la difrencia entre Junquera y Goñi es que el primero tiene una profesión de la que vivir, al margen de la política, y Goñi no. Y yo eso lo entiendo, hay que mantener a la familia y pagar la hipoteca todos los meses, pero, entonces, que no hable de oportunismo ni de cargarse nada, que no hable tan siquiera de honradez. Que no nos tome el pelo.
Necesitamos muchos Junqueras. Si hubieran reaccionado como él todos los cargos de todos los partidos en los que los casos de corrupción fueron ocultados y tapados por las cúpulas de sus partidos, hace tiempo que la corrupción política habría quedado reducida a casos aislados.
Y no necesitamos ningún Goñi dispuestos a repartir ruedas de molino a diestro y siniestro con tal de seguir en el momio. Son los Goñi los que con su connivencia, ocultación y disimulo los que impiden desterrar la corrupción que ha invadido la política y ha gangrenado las instituciones y a una gran parte de la sociedad española.
Y tampoco necesitamos a los que hoy, aplicando la máxima de que al enemigo ni agua, se empeñan en no reconocerle valor a la dimisión de Eduardo Junquera y hablan de política de gestos. Pues no, Jaime Poncela y compañía, eso no es política de gestos, eso es predicar con el ejemplo y hacer lo que tantas veces exigimos, sin éxito, a los políticos, que muestren su rechazo y abandonen a los que están podridos. No podemos, pues, criticarles también cuando lo hacen. Pero, lamentablemente, los prejuicios suelen nublarnos la razón.

domingo, 3 de febrero de 2013

Junquera y Goñi: cara y cruz

El concejal del PP en el ayuntamiento de Gijón, Eduardo Junquera, ha dimitido debido al escándalo que afecta a su partido.
Cuando los políticos dicen que no todos son iguales, tienen razón, ya hemos visto a uno que no es igual, que ha dimitido. ¿Dónde están los demás? ¿Dónde está esa supuesta mayoría de políticos honrados? Yo creo que no lo serán tanto cuando no reaccionan como Eduardo Junquera a pesar de Bárcenas, Gürtell, Palau, Pallerols, ITVs, ERES, Renedo, Marea, GAL, Filesa... Los casos de corrupción afectan a los partidos que gobiernan o han gobernado de una manera generalizada, son graves y continuados, no son actuaciones aisladas, a pesar de lo cual sus cargos, supuestamente honrados, han continuado en sus puestos defendiendo las posturas oficiales e hipócritas de sus jefes, que nos llevan dando ruedas de molino durante más de treinta años.
Un ejemplo de lo que digo es Goñi, Secretario General del PP de Asturias, quien se ha apresurado a decir que la dimisión de Junquera es oportunista y que "se ha cargado la presunción de inocencia". Como suena, Eduardo Junquera, tomando una decisión que le honra y cuyo ejemplo deberían imitar todos aquellos que se dicen honrados, se ha cargado él solo la presunción de inocencia.
Es posible que la difrencia entre Junquera y Goñi es que el primero tiene una profesión de la que vivir, al margen de la política, y Goñi no. Y yo eso lo entiendo, hay que mantener a la familia y pagar la hipoteca todos los meses, pero, entonces, que no hable de oportunismo ni de cargarse nada, que no hable tan siquiera de honradez. Que no nos tome el pelo.
Necesitamos muchos Junqueras. Si hubieran reaccionado como él todos los cargos de todos los partidos en los que los casos de corrupción fueron ocultados y tapados por las cúpulas de sus partidos, hace tiempo que la corrupción política habría quedado reducida a casos aislados.
Y no necesitamos ningún Goñi dispuestos a repartir ruedas de molino a diestro y siniestro con tal de seguir en el momio. Son los Goñi los que con su connivencia, ocultación y disimulo los que impiden desterrar la corrupción que ha invadido la política y ha gangrenado las instituciones y a una gran parte de la sociedad española.
Y tampoco necesitamos a los que hoy, aplicando la máxima de que al enemigo ni agua, se empeñan en no reconocerle valor a la dimisión de Eduardo Junquera y hablan de política de gestos. Pues no, Jaime Poncela y compañía, eso no es política de gestos, eso es predicar con el ejemplo y hacer lo que tantas veces exigimos, sin éxito, a los políticos, que muestren su rechazo y abandonen a los que están podridos. No podemos, pues, criticarles también cuando lo hacen. Pero, lamentablemente, los prejuicios suelen nublarnos la razón.